martes, agosto 04, 2015

El fiasco naval ruso en Tsushima

En 1905, al iniciarse la guerra ruso-japonesa, el almirante Zinovy Petrovich Rozhesvensky fue puesto a cargo de la Flota Rusa del Báltico, que debía llegar hasta Japón para atacar a sus fuerzas.

Esto sucedía porque Rusia, que estaba empezando a tener roces militares y diplomáticos con un Japón cada vez más industrializado y expansionista, había perdido casi todas sus unidades navales en Asia. La Flota Rusa del Pacífico había sido atacada por sorpresa y destruida en la batalla de Shantung, que tuvo lugar el 10 de agosto de 1904. Lo poco que quedaba de la flota estaba bajo asedio en Port Arthur (actual China), y debía ser socorrida. Ante la preocupación y el enojo de los rusos, el Zar Nicolás II tuvo que ordenar la movilización apresurada de la mencionada flota.

El almirante Rozhesvensky era respetado por su gran temperamento y por cómo trataba a sus subordinados: lo llamaban "Perro loco". Sin embargo, todo su carácter no le servía de nada frente a la misión encomendada, y rápidamente se sumió en la depresión. Era prácticamente imposible que la flota pudiera cumplir su objetivo. Rusia era una nación atrasada, cultural, militar y tecnológicamente, gracias a la política de despilfarro y tradicionalismo propia de los zares. Por otra parte, Japón había pasado por una época sangrienta en la que todas sus antiguas estructuras feudales habían sido arrasadas, y ahora fabricaba o importaba gran cantidad de tecnologías nuevas, incluyendo las militares. Como toda nación en proceso de industrialización acelerada, buscaba materias primas y mercados, por lo que estaba convirtiéndose también en una potencia cultural y económica en la región. Su ejército y su flota estaban muy motivados, bien entrenados y pagados, y poseían mucho del mejor armamento occidental y nacional disponible.

De manera que el vicealmirante sabía que se enfrentaba a una nación con navíos modernos y muy bien equipados, mientras que los suyos eran totalmente inadecuados. En Rusia se estaban terminando un puñado de acorazados modernos, pero no estaban en condiciones de combatir. La Flota del Báltico era un mosaico variopinto de todo tipo de buques. Algunos eran nuevos y bastante modernos, pero sus tripulaciones no tenían experiencia. Otros estaban siendo terminados, por lo que no podían entrar en combate todavía. Sin embargo, la mayoría de las naves eran muy anticuadas y estaban diseñadas para aguas costeras. Debido a la incompetencia militar y política de los últimos años, no existían familias de naves similares, ni clases: muchos buques eran totalmente diferentes entre sí, con diseños inadecuados. Existían todavía buques de madera o con un gran componente de madera. Otras eran naves muy pesadas, con motores gastados y antiguos.

Con tripulaciones poco entrenadas, naves lentas y peligrosamente antiguas, la Flota Rusa del Báltico tenía que ir hasta Japón por la ruta más larga. No podía navegar por el Círculo Polar Ártico ya que ho había bases disponibles ni rompehielos que los asistieran. Esto implicaba navegar por el Mediterráneo y el Índico, en donde tampoco existían bases de reaprovicionamiento ni lugares en donde se pudieran reparar a fondo los buques. La travesía, de muchos meses, sería eterna (se recorrieron 33.000 kilómetros), y la misión que pedía el Zar, prácticamente imposible.

En estas condiciones, la Flota del Báltico zarpó el 15 de octubre de 1904, siendo despedida por el mismo Zar. Rápidamente quedó demostrado que todo estaba condenado al fracaso. La masa de los barcos era tan importante que no sólo comprometía su velocidad, sino también su estabilidad. Para solucionar esto Rozhesvensky tuvo que dar órdenes de no izar banderines y estandartes en los palos, a excepción de los imprescindibles. Tampoco se podía llevar armamento secundario sobre la cubierta. Sería solo el comienzo: se sabe que Rozhesvensky padeció de migrañas durante gran parte del viaje y que terminó entrando en crisis nerviosas al saber que todo ese esfuerzo sería en vano.

Mientras todavía estaban en el Mar Báltico y el Mar del Norte, muy lejos de Japón, la moral estaba tan baja que los vigías veían torpederas japonesas por todas partes. Esto dio lugar al conocido incidente de Dogger Bank.

Las torpederas eran naves de nuevo diseño, que resultaban particularmente estresantes para los marinos porque eran pequeñas, rápidas, difíciles de distinguir en el horizonte y por lo tanto, difíciles de hundir. No utilizaban cañones, sino una nueva pesadilla: los torpedos. Con buques no adecuados para este tipo de armas, lentos y poco maniobrables, eran el tipo de arma que podía causar enormes bajas.

Al nerviosismo natural de las tripulaciones poco entrenadas, se le sumó una serie de informes equivocados de la inteligencia rusa. Cuando la flota estaba cerca del puerto británico de Hull, el almirante ruso recibió comunicados de su almirantazgo que decían que cuatro torpederos, construidos en Inglaterra para la flota japonesa, habían salido de astilleros británicos cercanos, tripulados por marinos japoneses, y se dirigían a interceptar la flota.

En este contexto, era obvio que habría un incidente diplomático, pero la cosa escaló todavía más. El 21 de ocubre, por la tarde, el capitán del Kamchatka, una nave rusa de suministros que navegaba al final de la flota, informó que los seguía una torpedera japonesa. En realidad, el buque avistado era un barco sueco que estaba de paso por la zona. El Kamchatka lo atacó con las armas disponibles, avisó de la acción y encendió la mecha.

El día siguiente, por la mañana, la niebla materializó los temores de los marineros rusos, que confundieron una flota pesquera de 48 buques británicos con un ataque japonés en gran escala. En las siguientes horas, los disparos de los navíos rusos hundieron al pesquero Crane, matando a su capitán y primer oficial. Seis marinos más fueron heridos, en otros buques, uno de ellos de gravedad, que murió más tarde.

La situación tuvo rivetes tragicómicos: uno esperaría que una flota de guerra, enfrentada con un enemigo tan equivocado como indefenso, hundiera más barcos. La realidad era que la falta de entrenamiento y el pésimo estado de las armas evitó una catástrofe. Incluso así, el giro del final fue impensado: muchos buques rusos se dispararon entre sí. El crucero Aurora fue confundido con una nave japonesa y fue seriamente dañado por obues amigos, muriendo un marinero y quedando otro gravemente herido. En otras naves hubo diversa cantidad de heridos debido a esquirlas y explosiones lejanas. Irónicamente, la mala calidad de la artillería fue la salvación de amigos y "enemigos": el crucero Oryol informó de unos 500 disparos que no hicieron blanco en ningún buque. En la zona también había, aparentemente, un pesquero alemán y una goleta francesa, contra los que se dispararon unos 300 disparos sin resultado aparente.


Un largo viaje... más largo todavía
Las consecuencias no se hicieron esperar. Ante tamaño zafarrancho, la opinión pública británica criticó fuertemente a los rusos. Por si fuera poco, Gran Bretaña en ese momento tenía una alianza con Japón, por lo que aquello pudo haber sido considerado un acto de guerra. Faltó poco para que la flota inglesa zarpara para hundir a los buques rusos.

Pero aunque los diplomáticos rusos pudieron solucionar en parte el problema, evitando otra batalla y una guerra, el viaje de la flota rusa se entorpeció en gran medida por esta acción. Se les prohibió utilizar el Canal de Suez y los puertos británicos, por lo que en lugar de ingresar al Mediterráneo para llegar al Océano Índico, tuvieron que circunnavegar todo el continente africano. Aquello no sirvió más que para propiciar la victoria japonesa.

Además, la opinión pública inglesa y la presión inglesa sobre otras naciones, hicieron que se le vedara a la flota el uso de muchos puertos neutrales en los que ya estaban programados valiosos operativos de reabastecimiento y reparaciones.

Poderosos cruceros de batalla de la Royal Navy escoltaron a la Flota Rusa del Báltico por el Atlántico. Finalmente todo el incidente fue juzgado por comités internacionales, el gobierno ruso pagó grandes sumas en compensaciones y aceptó que ciertos oficiales fueran arrestados y enjuiciados como responsables de todo. Sin embargo, esto no hizo más que agrandar el preanunciado escándalo que sería toda la operación militar.


El resto del viaje
Lo que siguió fue tedioso, pero no menos angustiante. Parte de la flota finalmente pudo pasar por el canal de Suez, posiblemente gracias a alguna negociación diplomática, pero la mayoría de las naves tuvo que darle la vuelta a África. Las tripulaciones, descontentas, no tenían mucho para hacer, más que preocuparse, sin poder bajar a puerto. Finalmente las dos partes de la flota se encontraron en la salida del mar Rojo, tomando rumbo hacia Indochina.

La larga travesía también le costó caro a los buques de la flota. Movidos por calderas de vapor, necesitaban constante suministro de carbón. En otras circunstancias, el reabastecimiento hubiera sido más sencillo, pero el conflicto con Inglaterra hizo que no se pudiera atracar en ciertos puertos, incluso neutrales. Esto hizo que la flota rusa tuviera que organizar convoyes de buques carboneros, que debían descargar su carga en puertos asignados para que luego la flota pudiera reabastecerse. La cantidad de barcos era muy grande, y como muchos eran de gran calado, la escasa flota mercante rusa no era suficiente, por lo que el gobierno ruso tuvo que contratar los servicios de empresas de transporte de países neutrales.

Esto trajo nuevos quebraderos de cabeza, tanto diplomáticos como económicos. En más de una ocasión, los barcos llegaban a puerto y no tenían carbón disponible, por lo que tenían que esperar varios días para reanudar la marcha. Al menos una vez, el traspaso de carbón tuvo que efectuarse en altamar, una operación tan lenta como riesgosa.

Por si fuera poco, este trajín traía aparejado un desgaste enorme en la maquinaria. Las calderas de vapor no pueden apagarse y encenderse muchas veces, ya que se deterioran: es mejor mantenerlas siempre encendidas y a cierta temperatura. La escasez de carbón atacó entonces la movilidad de la flota y su confiabilidad. Otro detalle, que surgió durante la batalla, fue la decreciente velocidad de las naves. Al haber navegado por muchos mares, muchas especies animales y vegetales se habían adherido al metal debajo de la línea de flotación de los buques. Generalmente este tipo de elementos se quitan al pasar unos días en puerto, pero la flota no tuvo ni lugares adecuados ni tiempo como para encarar ese tipo de mantenimiento, por lo que, al llegar a la batalla, el peso y el arrastre le quitaron algunos vitales nudos a las naves más grandes.

A esto había que agregarle más puntos oscuros. El Zar no había tenido mejor idea que enviar refuerzos. Rozhesvensky, sabiendo que se trataba de buques todavía más anticuados e inútiles, ordenó aumentar la velocidad para que ese lastre no comprometiera más la supervivencia de los suyos. Más adelante, descontento con el trabajo de este militar, el Zar le ordenó no solo destruir la flota japonesa, sino volver luego para ser destituido. El almirante no estaba, decididamente, muy motivado para cumplir con su tarea.

De hecho, no le sobraban motivos para el asombro y la decepción. Rozhesvensky, famoso por su puntería cuando era un oficial joven, hizo que sus naves practicaran tiro al blanco luego del desastre en aguas inglesas. Durante una de estas prácticas de artillerías, varios de sus destructores erraron muchos disparos a una serie de blancos estacionarios. Lo único que lograron impactar fue el barco remolcador de blancos.

También se realizaron prácticas con torpedos. Sin embargo, faltaban libros de códigos actualizados, por lo que no existía buena comunicación. La confusión hizo que se lanzaran torpedos en todas las direcciones. Una de las prácticas fue particularmente terrorífica: en esta, de seis torpedos lanzados, uno se atascó, dos giraron 90º, estrellándose en un puerto cercano, otros dos siguieron el rumbo fijado pero fallaron, y el último comenzó a dar vueltas de manera descontrolada, sumergiéndose y emergiendo mientras aterrorizaba a toda la flota.

La tensión nerviosa en los buques rusos no era patrimonio del almirante: no debía haber un solo marinero que confiara en sus buques, sus armas y sus compañeros.


La batalla
La misión de la Flota Rusa del Báltico era atacar a la flota japonesa que había estado asediando Port Arthur. Sin embargo, durante el largo viaje hacia esa parte de la actual China, el objetivo había cambiado. Las unidades navales japonesas habian dispersado a las pocas unidades rusas sobrevivientes y habían tomado finalmente la ciudad. Por lo tanto se ordenó a la flota rusa que enfilara hacia el puerto de Vladivostok, que estaba siendo amenazado de igual manera.

Para llegar a este punto desde el lugar en donde estaban, la flota rusa podía tomar tres estrechos. El almirante Rozhesvensky tomó, lamentablemente, el que su antagonista japonés, el almirante Heichachiro Togo, había previsto: el estrecho de Tsushima. Era la ruta más sencilla, por lo que era también la más previsible. Se trata de un estrecho que comprende una zona cercana a dicha isla, más o menos entre las islas Kyushu y la península coreana.

De manera que los rusos ni siquiera tuvieron el factor sorpresa. Dos de sus buques hospitales, que estaban rezagados, fueron avistados por un crucero japonés mientras navegaban con las luces encendidas.

Las dos flotas comenzaron a acercarse para inicial el combate el día 27 de mayo, por la tarde, a pocas horas del comienzo de la noche.

Los japoneses comenzaron a hacer uso de una de sus grandes ventajas: su sistema de comunicación inalámbrica, la radio. Los rusos también la tenían, pero sus sistemas de origen alemán tuvieron problemas durante toda la batalla y no estaban instalados en todos los buques. Los japoneses tenían un sistema de origen nacional, y como sus buques eran más nuevos, todos o casi todos lo tenían disponible.

Esta ventaja resultó vital, sobre todo en horas de poca visibilidad y durante el combate. Togo hizo que su flota maniobrara admirablemente, utilizando tácticas novedosas que quedarían en los libros de texto, para que sus buques tuvieran superioridad de fuego. Las hostilidades comenzaron cuando la flota estuvo más o menos a unos 6.200 metros.

Nuevamente la flota japonesa tenía la ventaja. Togo, sabiendo que el combate era decisivo, había hecho que sus artilleros entrenaran considerablemente en los últimos días. Con una puntería superior y cañones más modernos, la flota japonesa machacó rápidamente a la rusa, acertando muchos blancos. Algo que, por lo que vimos previamente, no era nada fácil para sus camaradas rusos.

Pero si la cantidad de impactos acertados por los japoneses era mayor, también era mayor el daño que producía cada uno. Muchos de los buques rusos eran anticuados: tenían muchas partes de madera o de blindaje ligero. Los japoneses utilizaban una combinación especial de explosivo, llamado por ellos "shimose", que estallaba al contacto. Esto hizo que muchos navíos enemigos perdieran rápidamente sus estructuras superiores, ya fueran mástiles, antenas, chimeneas, etc. Además, al estallar cerca de la cubierta, causó muchos heridos por esquirlas dentro de los marinos que estaban en ella y en los servidores de las baterías artilleras de segunda línea, que no estaban protegidas por torretas. Por si fuera poco, las partes hechas de madera comenzaron a arder rápidamente: los buques rusos que no se hundían se incendiaban a los pocos disparos.

En línea general, todo conspiraba contra los rusos. Como comentamos en las líneas anteriores, los impactos indirectos de la artillería japonesa rápidamente dejaron fuera de servicio a las baterías secundarias, quedando los buques sólo equipados con sus cañones principales. Por si fuera poco, el humo de los incendios de sus propios navíos comenzó a dificultar la puntería. A esto se le sumaba, por parte rusa, el uso de la anticuada pólvora negra. Esta crea enormes nubes de humo, lo que hacía que, después de un disparo, fuera muy difícil volver a apuntar los cañones, ya que los artilleros no podían ver nada. Finalmente, los rusos utilizaban munición perforante antiblindaje, no explosiva: solo dañaba al buque enemigo si lo impactaba sobre la línea de flotación, y si lo hacía, solo causaba daños internos, muchas veces sin causan grandes bajas ni incendios.

Previamente mencionamos que la velocidad de los rusos era inferior debido a la presencia de flora y fauna en sus cascos, luego de muchos meses de no poder atracar en puertos para realizar una limpieza. Esto empeoraba la ya de por sí escasa velocidad de muchos buques rusos; mientras la Flota del Báltico tenía una velocidad promedio de 8 nudos (unos 15 km/h), la velocidad promedio de la escuadra japonesa era del doble.

Si sumamos todo esto, el resultado está claramente contra los rusos. Sus buques rápidamente quedaron incapacitados, y la flota perdió capacidad de combate, al perder poder de fuego y mucho personal, no solo por las bajas, sino porque decenas de marineros tenían que dejar de combatir para apagar los incendios generados en sus buques. Mientras eso sucedía, la artillería principal y secundaria de los buques japoneses continuaba machacando a la flota rusa.

Los comandantes no querían saber nada con rendirse, y aunque los marineros rusos hicieron todo lo posible, los buques japoneses eran muy superiores tanto en entrenamiento como en capacidad, siendo mucho más modernos. Como ejemplo basta un solo dato: naves rusas hicieron impacto 16 veces en el acorazado Mikasa, el buque principal japonés, sin que pudieran hundirlo o incapacitarlo.

En pocos minutos la destrucción de la Flota Rusa del Báltico fue definitiva. Rozhesvensky quedó fuera de combate poco tiempo después del inicio del combate, cuando el fragmento de un proyectil le golpeó en la cabeza. Durante esa fase del combate, se perdieron los acorazados Suvorov, Osliabia, Zar Alejandro III y Borodin. El almirante Togo le ordenó a sus hombres que remataran a estos y otros buques utilizando torpedos, para así poder concentrar su fuego en unidades menos dañadas. Esta estrategia aumentó todavía más los daños del lado ruso. Por otro lado, la flota japonesa solo tuvo daños menores, principalmente los ya mencionados en el buque Mikasa. El contraalmirante Nebogatov tuvo que tomar el mando luego de resultar herido Rozhesvensky.

Cayó la noche, y tal vez muchos marineros rusos pensaron que todo había terminado. Pero no fue así. Los japoneses hicieron uso de sus torpederos y destructores para acosar a los buques rusos; la flota se había desmembrado al perder a sus naves principales, tratando de seguir camino hacia el norte en pequeños grupos. Durante la noche, el acorazado Veliki y dos cruceros fueron tan dañados que tuvieron que ser abandonados y hundidos la mañana siguiente.

No fueron los únicos. Durante el día 28, lo que quedaba de la flota fue atacada sin piedad por las unidades japonesas. Cuatro acorazados, que estaban bajo órdenes directas de Nebogatov, tuvieron que entregarse, al darse cuenta de que no podrían enfrentarse con posibilidades de éxito: de estos cuatro, solo uno, el Orel, era un acorazado moderno, siendo los otros dos uno muy anticuado, el Zar Nicolás I, y dos acorazados pequeños que eran unidades costeras.

Ese mismo día, otro acorazado costero, el Almirante Ushakov, que se negó a rendirse, fue hundido por cruceros japoneses. Hubo espacio para todo tipo de coraje, aunque inútil: el viejo crucero Dmitri Donskói se batió a duelo con nada más ni nada menos que 6 cruceros japoneses, pero resultó tan dañado que tuvo que ser hundido por su tripulación el día 29.

Solo unos pocos tuvieron suerte. Tres cruceros lograron escaparse a la base naval de Estados Unidos en Manila, Filipinas. Allí fueron internados ya que EEUU era un país neutral. Solamente un yate armado rápido y dos destructores lograron llegar a Vladivostok, en donde no fueron de mucha ayuda.

Esto hizo que prácticamente toda la Flota Rusa del Báltico pereciera en la batalla de Tsushima, al costo de tres buques torpederos japoneses.


Las consecuencias
Tsushima fue importante en la historia militar por muchas razones.

En primer lugar, fue un enorme sacudón para la geopolítica de la época. Por primera vez, una nación oriental, supuestamente "atrasada", había no solo derrotado, sino aplastado, a una nación occidental, nada menos que a un imperio tan grande y tradicional como el ruso. Hasta ese momento, tanto China como Japón habían sido manipuladas y manejadas casi como colonias por diversas naciones europeas, que de hecho tenían en territorio asiático muchos intereses. A partir de ese día, Japón se ganó un espacio en el mundo desarrollado, al demostrar que su tecnología militar podía competir con la de cualquiera.

Por el lado ruso, fue el detonante de la caída del Imperio. Aunque tomó una década más (terminando con la revolución de octubre en 1917), la catástrofe militar llenó de vergüenza a una casta dirigente corrupta y extremadamente conservadora, que seguía pensando como en el Siglo XIX y que no se preocupaba por equipar adecuadamente a sus tropas. Una nación en donde la mayoría de la población era analfabeta y vivía en condiciones de gran pobreza material y cultural. La derrota potenció los reclamos sociales de muchos sectores y debilitó moral y políticamente a todos los gobernantes, incluyendo al Zar, responsable directo de muchas de las decisiones catastróficas.

Afortunadamente, la compasión y la racionalidad de los militares rusos fue mayor que la de muchos de sus superiores. Enfrentado al fracaso inútil, Nebogatov, que había quedado al mando de los restos de la flota, decidió rendirla para salvar a sus hombres, un gesto humano que muchos de sus colegas no hubieran imitado, buscando una falsa gloria. El contraalmirante le dijo a sus hombres: "Puedo soportar la vergüenza de la rendición, pero no podría soportar vuestras inútiles muertes sobre mi conciencia".

El infortunado almirante Rozhesvensky fue capturado vivo pero gravemente herido, y trasladado inmediatamente a Japón. Allí logró recuperarse de sus heridas y recibió la visita de Togo, que felicitó al almirante ruso por el valor demostrado por sus marinos.

Es aquí donde también podemos mencionar un par de curiosidades de la batalla. Fue el último combate naval en la que los buques principales de la flota derrotada se rindieron en alta mar. También, fue la única batalla naval decisiva en la que intervinieron varios acorazados modernos, y la primera batalla naval en la que la radiocomunicación tuvo un papel crucial. Es decir, fue el parteaguas de una época: el final, apoteótico, de la era de las flotas de acorazados y grandes buques de línea, y el comienzo de una época dominada por los torpedos, la radio y más adelante, la aviación y los submarinos.

Fue, en definitiva, una de las batallas más únicas de la historia naval.