El general Clark era conocido como un oficial justo, que mantenía un estrecho contacto con sus tropas y de carácter muy amable. En una ocación, en una revisión de las líneas más adelantadas del frente, se detuvo a conversar con un pequeño soldado que estaba acurrucado en una trinchera. Al despedirse, se dio cuenta de que el hombre no usaba botas reglamentarias, sino una alpargatas de caucho. Lo interrogó sobre esto, y el soldado le explicó que tenía botas, pero estaban muy gastadas y que su número era muy pequeño. Le resultaba muy difícil encontrar botas nuevas de este tamaño.
Sin dudarlo, Clark prometió:
-Le mandaré un par de botas, si es que hay de ese número en el teatro del Mediterráneo.
Luego el general descubrió que el soldado, de apellido Gebhart, tenía razón: de cada 100.000 botas, solamente 67 correspondían al número 7A que calzaba. Sin embargo, se acordó de su promesa y se ocupó personalmente de buscar el par de botas. Incluso las envió al frente utilizando su propio avión. Su ayudante buscó al soldado Gebhart y se lo entregó personalmente:
-El general Clark le manda estas botas -le anunció.
-Gracias -dijo sencillamente, sin demostrar sorpresa ni cambiar de expresión.
-¿No está sorprendido? -se animó a preguntar el capitán Thrasher, ayudante de Clark.
-No -le respondió el soldado-. Me dijo que me los mandaría.
La anécdota fue para Clark una de los más preciosos recuerdos de la guerra, y sirve para mostrar como, para este hombre, incluso el más pequeño de sus subordinados era importante.
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