En el curso de la historia, han existido muchas deserciones históricamente importantes. Cada una tuvo sus motivos: militares que no comulgaban con su gobierno, espías revelando su verdadera lealtad, dinero, venganza, no querer obedecer una orden, etc.
En las últimas décadas, se sumó un motivo y un método: llevarse consigo un avión para usar como argumento para convencer al antiguo enemigo, pudiendo además entregarse en naciones que están muy lejos de las fronteras nacionales como para poder llegar de otra manera.
Una de estas historias tuvo lugar el 11 de febrero de 1981. En esta fecha, un piloto libio despegó en su MiG-23, pero en vez de realizar la misión encomendada, se dirigió a la isla de Creta, parte de Grecia. Pero una vez que dejó en claro que quería desertar, no adujo un propósito político de ningún tipo (recordemos que por entonces Libia era gobernada por una dictadura). La única razón por la que había arriesgado su vida y reputación era reencontrarse con una muchacha griega que había conocido años antes, mientras estudiaba en este país. Su propósito último era casarse con ella.
Se le concedió al piloto asilo en Grecia. Casualmente, o tal vez no tanto, la aeronave le fue devuelta a Libia tres días después, el 14 de febrero, día de los enamorados.
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