jueves, marzo 14, 2013

El caso Belenko

Hay momentos en los que los actos de una sola persona pueden cambiar la historia. Tal vez no de manera definitiva, y no en aspectos decisivos, pero sí lo suficiente como para sorprender a todos y modificar el status quo por un buen tiempo. Uno de estos ejemplos es el caso Belenko.

Viktor Belenko era de origen ucraniano, habiendo nacido en Nalchik. Para 1976, había llegado a ser Teniente de 513 Regimiento de caza del 11º Ejército Aéreo de las Fuerzas de Defensa Aéreas Soviéticas. Eso lo puso en posición de pilotar el más avanzado caza soviético de la época, el MiG-25, código OTAN "Foxbat".

La exitosa carrera de Belenko lo había llevado a este gran privilegio. Sin embargo, él no estaba conforme con su vida en la URSS. Se había cansado de la corrupción que anidaba en el sistema de gobierno soviético. Fue por eso que tomó una decisión trascendental, que desembocaría en uno de los incidentes no bélicos más calientes de la Guerra Fría.

Fotografía del avión de Belenko sobrevolando
el aeropuerto de Hakodate, en Japón, a poco
de aterrizar allí.
Todo comenzó el 6 de septiembre de 1976. Con el manual de instrucciones del avión monoplaza, Belenko despegó de Chuguyevka , la base de su escuadrón, y se encaminó rápidamente hacia Japón, el territorio aliado de EEUU más cercano.

La hazaña no era fácil: si era descubierto, podían intentar interceptarlo, algo que por otra parte sería difícil ya que el MiG-25 era uno de los mejores y más rápidos aviones de la URSS.

Con algo de suerte alcanzó territorio japonés, y se dirigió al aeropuerto civil de Hakodate, en donde las autoridades japonesas se llevaron la sorpresa de su vida. Un avión soviético quería aterrizar allí, y a toda costa. Belenko apenas tenía combustible para 30 segundos más de vuelo.

Los controladores aéreos tuvieron que demorar un avión de pasajeros para hacerle espacio al avión desertor. En una escena llena de curiosidad y nerviosismo, Belenko logró aterrizar su MiG-25, con tan mala suerte que se le terminó la pista y se salió de ella. Sin embargo, tanto el avión como el piloto salieron indemnes.

Ni qué decir que el incidente rápidamente atrajo la atención de los expertor militares estadounidenses. Lamentablemente para ellos, todo había pasado frente a los ojos de muchos civiles y cámaras, de manera que rápidamente se dio a conocer la noticia. La URSS dio oficialmente a Belenko por muerto, de manera que en su país nadie supo qué había pasado. Pero había problemas de índole diplomática, y tal vez para no caldear el ambiente más de la cuenta, las autoridades japonesas no autorizaron que el avión saliera del país.

El MiG-25 de Belenko luego de su
accidentado aterrizaje.
En lugar de eso, movieron al avión a un lugar sin uso el aeropuerto y construyeron a su alrededor un hangar, para que nadie pudiera ver lo que allí sucedía, y procedieron a desmantelar, pieza por pieza, la flamante aeronave. Belenko les había suministrado a los occidentales un MiG-25 fabricado hacía pocos días, de manera que se trataba de una verdadera joya.

Lamentablemente, al haberse dañado la parte delantera del tren de aterrizaje, el avión no podía despegar. La imposibilidad de reparar la avería hizo que no pudieran probarlo en vuelo. Pero a pesar de esto, los expertos militares aprendieron muchas lecciones del avión, viendo que lo que se había supuesto no era tan acertado. Por ejemplo, la soldadura era artesanal, los materiales usados no eran tan especiales (solamente se usaba titanio en superficies particulares), y la electrónica con base en tubos de vacío era deficiente según standares occidentales, aunque planteaba ventajas logísticas y de seguridad durante el combate.

La deserción de Belenko trajo muchos problemas para los soviéticos, quienes pudieron tapar la noticia en su territorio pero quedaron mal parados frente al mundo entero. Para evitar la repetición del incidente, por reglamento se limitó la cantidad de combustible que los MiG-25 y otros aviones podían cargar, de manera que no pudieran alcanzar cielos aliados de la OTAN, particularmente cerca de Japón.

Luego de que los militares y expertos japoneses y estadounidenses revisaran y analizaran el avión durante semanas, se decidió devolverlo como un acto de buena fe por parte del gobierno japonés. Para eso fue embalado en una treintena de contenedores, que se enviaron en un avión C-5 Galaxy. Casi setenta días luego de su último despegue, este MiG-25 volvió a la URSS.

Mientras tanto, Belenko obtuvo lo que buscaba. El presidente estadounidense Gerald Ford le dio asilo político y organizó un fideicomiso para que no enfrentara poblemas económicos. Obviamente, fue largamente interrogado durante meses, y contratado por organismos militares como consultor. Llegó a ser, por ejemplo, instructor de la USAF.

Cuatro años más tarde se le dio ciudadanía estadounidense, permitiendo que Belenko se asentara definitivamente en EEUU. Allí se casó, tuvo dos hijos y luego se divorció, sin haberse divorciado, por otra parte, de la esposa que tenía en la URSS.

En la actualidad se rumorea que, bajo otro nombre, todavía mantiene negocios en Rusia. Su decisión de desertar, y de hacerlo en uno de los aparatos más modernos de su nación, sigue siendo recordado como uno de los puntos más curiosos de la Guerra Fría.

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