Existen situaciones que sólo se dan en momentos muy particulares, y a veces, esos momentos son durante un conflicto bélico. Situaciones totalmente irrepetibles y aparentemente inverosímiles, como la del Teniente Ivan Chisov, de la Fuerza Aérea Soviética.
Era enero de 1942. La URSS intentaba cambiar la marea a su favor, en una guerra que estaban perdiendo por paliza. Chisov era navegante de un bombardero Il-4, uno de los más modernos de esta fuerza aérea y ampliamente utilizado durante el conflicto.
En medio de un fiero combate aéreo y terrestre, cazas alemanes atacaron el avión de Chisov, que estaba realizando una misión de bombardeo. El avión comenzó a caer rápidamente. Los daños eran tan grandes que se dio la orden de abandonarlo.
Chisov tomó entonces una curiosa y arriesgada decisión. Se lanzó en paracaídas desde una altura de entre 7.000 y 6.700 metros, mientras que otros miembros de la tripulación, que fueron testigos de su hazaña, esperaron a que el avión llegara a los 500 metros para saltar.
¿Porqué hizo esto? Posiblemente temía que el avión estallara o que otros cazas alemanes llegaran a rematar la presa. La batalla aérea rugía a su alrededor, y Chisov tomó otra determinación: no abriría su paracaídas sino hasta llegar a una distancia segura. Temía ser un blanco perfecto para pilotos alemanes poco seguidores de las leyes de la guerra, que prohibían ametrallar pilotos bajando en paracaídas.
Sin embargo, Chisov no tuvo en cuenta que, a 7.000 metros, el aire es tan tenue que no permite que una persona se mantenga conciente. Sin equipo especial para respirar, el teniente soviético se desmayó, y no pudo accionar el cordón de su paracaídas.
Posiblemente cualquier otra persona, en una situación similar, hubiera muerto. Pero Chisov era uno de tantos que, en esos años, fueron tocados por una suerte descomunal. Todavía inconsciente, cayó en un barranco lleno de nieve, a una velocidad estimada de entre 190 y 240 km/h. Sin nada que lo detuviera, rodó por la pendiente una buena cantidad de metros antes de frenarse en terreno firme.
Afortunadamente para él, la batalla aérea estaba siendo vista por una unidad de caballería soviética, cuyos hombres, al ver la caída del piloto, se acercaron a recuperar el supuesto cadáver. Enorme debe haber sido su sorpresa al ver que estaba vivo, aunque con terribles heridas. Tenía rota la pelvis y muy golpeadas varias partes de la columna. Por un mes estuvo en condición crítica.
Pero la suerte de Chisov no había terminado. Tres meses después del choque, se había recuperado casi totalmente y era apto para volar. Sólo entonces lo abandonó la buena fortuna: solicitó volver a volar en misiones de combate, pero se las negaron, y en cambio lo asignaron a ser un instructor de navegantes.
Fue la última de sus 70 misiones de combate, y seguramente, la más memorable. Había sobrevivido a la muerte tres veces seguidas en pocos minutos, algo que muy pocas personas del mundo podían acreditar.
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