Tres días casi sin dormir (calculo unas 6 horas en total). Clases continuadas, con apenas 2 minutos de descanso, comenzando desde las 6 de la mañana y terminando hacia las 2 del día siguiente. Estar parado o en movimiento gran parte del día. Comida buena, al menos, aunque no muy abundante. Claro que no importaba el cansancio, había que seguir aunque fuera medianoche, hiciera frío y tuviéramos poco abrigo.
Hace unos días tuve la grata experiencia de compartir un campamento de instructores de artes marciales. No era lo que me imaginaba que iba a ser... pero fue más. No esperaba la marcialidad extrema, ni el cansancio extremo, pero tengo que decir que para eso me anoté, después de todo.
Aprendimos mucho, mucho, mucho, y eso es lo bueno. Yo, en particular, aprendí que lo que estoy haciendo es justo lo que deseo hacer. Un sistema fuerte, duro, pero flexible y superador; un sistema exigente pero solamente si te duermes, porque si sigues en movimiento, todo está bien.
También aprendí que expandí enormemente los límites de mi propio físico. Que después de todo ese castigo haya podido soportar patear, hacer posiciones y mantenerme de pie durante casi 2 horas desde provincia de Buenos Aires hasta Capital en un colectivo... dice mucho. Aunque supongo que es como siempre digo, la gracia está en no sentir nada, mucho menos dolor.
Fuimos y volvimos de madrugada... y al otro día, a seguir trabajando. Claro que el lunes todavía nos recuperábamos... pero ayer ya estábamos saltando cuatro neumáticos y haciendo patadas en el aire. Realmente esas cosas te abren la mente, por así decirlo.
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