Heydrich, a la izquierda de Himmler, en 1939. |
Este puesto lo obtuvo porque su antecesor era considerado blando, algo que él retrucó con detenciones y ejecuciones masivas apenas llegó al poder. Apodado "la bestia rubia" por las SS, no era nada raro que se convirtiera rápidamente en un blanco del gobierno checoslovaco en el exilio.
Para lograr esta tarea, confiando más en el sigilo que en el poder, el SOE eligió y entrenó a dos soldados checoslovacos, Jan Kubiš y Jozef Gabčík. Ambos fueron lanzados en paracaídas sobre la zona donde estaba su objetivo, el 28 de diciembre de 1941. Ayudados por la resistencia local, y siendo checoslovacos, no tuvieron problemas en permanecer escondidos. Sin embargo, la resistencia no estaba de acuerdo en apoyarlos, porque consideraban que matar a un jerarca como Heydrich traería un reinado de terror sobre el protectorado. Algo que, lamentablemente, se hizo realidad.
Luego de muchas circunstancias, se decidió el momento y lugar del golpe. Heydrich iba a visitar a Hitler en Berlín, y la inteligencia aliada no sabía si regresaría o si sería transferido a otro lugar del Reich, debido a la estima que le tenía.
Estudiando la zona, los comandos eligieron un lugar en donde el vehículo de Heydrich tendría que frenar para tomar una curva. Debido a su temperamento y a la falta de atentados en su contra, el jerarca nazi estaba confiado: viajaba sin comitiva y en un vehículo descapotable. Nada podía ser más perfecto.
Cada comando tomó su lugar. Gabčík, armado con un subfusil Sten, se apostó para dar los disparos definitivos. En este momento todo se volvió en una situación tragicómica, y el atentado tomó ribetes absurdos. El soldado aparentemente había desarmado el subfusil recientemente y al volver a rearmarlo, lo había hecho con las manos sucias o no había tenido la precausión de limpiar y controlar las piezas. Al tratar de disparar, el subfusil simplemente no funcionó.
Lo peor de todo esto era que Heydrich y su chofer los habían visto, ya que los soldados habían confiado en que sus disparos serían certeros. Un nuevo giro tuvo lugar: Heydrich, lejos de ordenarle a su chofer que acelerara, seguramente por orgullo, le ordenó detenerse. Sacó su pistola y les disparó, con tan mala suerte que no estaba cargada.
La limusina descapotable del jerarca nazi luego del atentado. |
Heydrich, lesionado por las esquirlas, salió del vehículo y le ordenó a su chofer ayudarlo en la persecusión de sus agresores. Kubiš, viendo que aquello no era bueno, retrocedió hacia su bicicleta y escapó. Finalmente, viendo que aquello no resultaba, Heydrich regresó al vehículo, agotado y sangrando. Le ordenó a su chofer que atrapara al agresor restante.
Durante estos angustiosos segundos, Gabčík había estado tratando de recomponer su Sten. Pero al ver que esto no resultaba y que pronto sería capturado si no hacía algo, recordó que tenía una pistola, la sacó e hirió al chofer en la pierna. Nuevamente se perdió una buena oportunidad de matar a Heydrich: en lugar de cumplir su deber, Gabčík simplemente huyó.
La rocambolesca situación tuvo todavía algún giro. Con el conductor y el pasajero herido, y la limusina averiada por la bomba, dependían de la ayuda de los conductores que pasaban. Aparentemente varios checos siguieron de largo al ver que uno de los odiados jerarcas nazis era el herido, lo cual empeoró el estado de Heydrich. Finalmente lograron transportarlo hasta un hospital en un camión, en donde trataron de quitar las esquirlas de la bomba, pero la infección era muy grave. Varios días después, luego de recuperar y perder la conciencia varias veces, Heydrich murió al caer en un profundo coma del que nunca se recuperó.
Tal como había anticipado los líderes de la resistencia checoslovaca, lo que siguió fue un verdadero baño de sangre. Los dos soldados encargados del asesinato, y todos sus contactos en la resistencia, fueron cazados y muertos sin misericordia. Pero lo peor estaba por venir: una de las muestras más patentes de la maldad de la que es capaz el hombre a causa del odio.
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