La batalla de Ypres, a finales de 1914, paralizó momentáneamente la guerra. En ella habían muerto un cuarto de millón de personas, en un espacio de terreno bastante pequeño. Se alejaba la idea propagandística de terminar la guerra antes de fin de año, que había sido diseminada por ambos bandos al menospreciar al enemigo.
Llegó así la Noche Buena, que tuvo luna llena, iluminando un campo de batalla de pesadilla. Los soldados ingleses se percataron, extrañados, de que los alemanes no mostraban la actividad febril de todas las noches. Por otra parte, comenzaron a surgir luces, a las cuales ninguno de sus centinelas se dispuso a disparar. Rápidamente se dieron cuenta de que se trataban de árboles de navidad.
Repentinamente, los alemanes comenzaron a cantar Stille Nacht, Heilige Nacht (Noche de paz, noche de amor), a escasos 50 metros de las trincheras enemigas. En cualquier otro momento, esto hubiera sido impensable y hubiera atraído el fuego inglés. Pero no esa noche. En cambio, los ingleses comenzaron a replicar con sus propios cantos de navidad. Durante una hora continuó esto; cada trinchera alentó a los enemigos a salir, pero ninguno se animó a hacerlo en la noche.
Había comenzado la Tregua de Navidad de 1914.
Más adelante un soldado alemán se atrevió a cantar Noche de paz de pie, convirtiéndose en un blanco perfecto. Para horror de muchos, al poco tiempo un grupo de soldados alemanes comenzó a caminar por la Tierra de Nadie con las manos en los bolsillos, desarmados. Nadie les disparó. Por el contrario, algunos efectivos ingleses los imitaron, encontrándose al poco tiempo en el territorio por el cual antes habían matado y muerto.
Estas pequeñas muestras de cordialidad se fueron repitiendo por todas partes en la zona de Ypres. En algunas partes, los soldados británicos dispararon al aire para asustar a los alemanes que salían de sus trincheras, pero aparentemente en ninguna parte hubo muertos. Sin embargo, en la mayoría de los casos los alemanes y británicos se encontraban en medio de la tierra de nadie, se daban la mano y acordaban una tregua informal para el día siguiente.
El luego comandante Leslie Walkington, entonces un fusilero de 17 años, recuerda que "todo ocurió espontáneamente, en forma muy misteriosa. Un espíritu más fuerte que el de la guerra prevaleció aquella noche."
Al día siguiente, la tregua se respetó a rajatabla. Pero lejos de permanecer en sus trincheras a descansar, ambos bandos se acercaron y continuaron confraternizando. Se sacaban fotos y conversaban. Rápidamente se organizaron partidos de fútbol con latas en lugar de pelotas, y cascos como arcos. Un soldado escocés sacó a relucir un verdadero balón y se organizó un partido más oficial, que aparentemente los alemanes ganaron por 3 a 2. Ni siquiera en estos encuentros relucía la agresividad previa, y se dice que se jugó con mucha caballerosidad; si había algún caído por una jugada fuerte, los adversarios lo ayudaban a levantarse.
Hubo intercambio de botones, cascos y otras cosas como recuerdo. Cada soldado trataban de llamar la atención de los soldados antes enemigos, haciendo uso de alguna de sus capacidades. Se compartieron comida e incluso regalos de Navidad.
Otra labor, esta más desagradable pero igualmente necesaria, fue el enterrar los cadáveres. En esta furiosa contienda, solía suceder con regularidad que los muertos caían en la Tierra de Nadie, y quedaban allí sin recibir sepultura, descompomponiéndose al aire libre. Rápidamente los antiguos contendientes se organizaron para rendir honores a sus camaradas caídos. Se celebraron ceremonias religiosas; hasta los capellanes desobedecieron las órdenes de sus superiores cuando trataban de evitar que los soldados rasos salieran de las trincheras.
En los sectores con soldados franceses, cuya patria estaba siendo invadida, no todo fue tan bien. Algunas ofertas de tregua fueron denegadas a tiros por los franceses. Sin embargo, un capitán de este origen se dedicó, durante la tarde de Navidad, a dar un pequeña concierto con trompetas, violines y otros instrumentos. Terminada la obra, un oficial alemán hizo una reverencia apreciando el gesto navideño, mientras todos aplaudían.
Obviamente, en ambos bandos los soldados se dieron cuenta de que sus superiores no debían saber nada de dicha tregua. Los oficiales que estaban en el campo o la apoyaban o tenían una desconfiada indiferencia; no sucedería lo mismo con los oficiales que vinieran de fuera.
Por eso, cuando los soldados ingleses se enteraron de que un brigadier llegaba para hacer una inspección ante los rumores, aprestaron todo para simular que seguían en guerra. Avisados, los alemanes también se escondieron en sus trincheras. El brigadier encontró todo como debía: los hombres en sus puestos detrás de las ametralladoras, centinelas... pero había un alemán asomando de una trinchera y nadie le disparaba. Ordenó hacer fuego contra él; el tirador, no queriendo romper la tregua, erró deliberadamente tres veces: primero por mucho, luego por menos y finalmente por muy poco. El alemán se dio cuenta y se arrojó al suelo haciendo gesto de haber sido herido. El brigadier se fue complacido.
Todo había vuelto a la normalidad por ese día. Incluso las aves se escuchaban de nuevo, y se narran escenas de soldados alimentándolas. Pero todo estaba por terminar. Los oficiales en el campo dejaban hacer, pero las noticias corrieron de manera tal que era imposible ignorarlas. No podía disfrazarse de casualidad que un 25 de diciembre la guerra furiosa se detuviera así como si nada. El Alto Mando inglés se enteró y sus representantes montaron en cólera. Posiblemente lo mismo pasó del lado alemán. Semejante falta de disciplina les resultaba intolerable. No es de extrañarse; al menos los ingleses habían gastado enormes esfuerzos de propaganda para hacer parecer a los alemanes como salvajes, calificándolos de "hunos" y desperdigando cuentos sobre atrocidades que no habían cometido (ni nunca cometerían). El verlos como personas normales desbarataba esos esfuerzos.
Sin embargo, la tregua duró unos días más. Aunque en algunas partes el combate se reinició el 26, en otros sectores se esperó hasta el 29. En ese día, sencillamente, desde ambas partes se comenzaron a llamar a sus soldados, estos volvieron a las trincheras y volvieron a disparar. Nunca más existió una tregua similar durante la Gran Guerra.
Hay quienes quieren creer que, de continuar unos días más, la tregua hubiera puesto fin a la guerra. Lamentablemente, nunca se sabrá.
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