El teniente japonés Hiroo Onoda es el ejemplo extremo de la obediencia militar. En 1944, mientras actuaba en la isla filipina de Lubang, su comandante le ordenó mantenerse en su puesto "aún cuando la unidad a su mando fuera destruida". Onoda acató la orden por 29 años; cuando en 1975 se rindió portaba todavía su viejo fusil y pretendía seguir peleando si era necesario. Había cumplido 52 años y continuaba oculto en los bosques de la isla. Ignoraba completamente que la guerra había terminado; al momento de su captura, declaró: "no me entregué antes porque no había recibido la orden de hacerlo".
Este sin embargo no fue el único caso de soldados japoneses que se negaron a rendirse. Como el Emperador Japonés transmitió la rendición por radio, y nunca nadie había escuchado su voz, muchos efectivos a su mando creyeron que era una treta del enemigo, y se resistieron a pensar que su líder, que tenía rango de divinidad, se rendiría de esa manera. Los que estaban más cerca del frente eventualmente comprendieron la realidad, pero ciertas unidades muy diezmadas no escucharon la transmición o no la creyeron. Sin contacto con otros, por muchos años existieron soldados japoneses "perdidos" en las selvas de Filipinas u otros lugares similares. Estos soldados tuvieron que ser convencidos por funcionarios filipinos y delegados japoneses que luego se encargaban de restituirlos a su país.
Incluso hacia 2005 había todavía rumores de más soldados de este tipo en ciertas zonas inaccesibles de Filipinas. El caso extremo es el de un soldado japonés que en ese año fue ubicado en Ucrania, país en el que se había casado. Durante todo ese tiempo había sido dado por desaparecido.
1 comentario:
Al menos en español e inglés es escasa la información que se puede encontrar sobre este tema en particular. De encontrar datos nuevos volveré para aportar algo.
Textos atractivos, bien escritos y adecuadamente condensados.
Ha sido un gusto pasar por vuestro blog.
Saludos desde Chile.
Jorge Muzam. Escritor e Historiador.
Publicar un comentario