Durante la guerra en Francia, los pilotos de cazas alemanes tenían problemas para encontrar buenos aeródromos de los cuales despegar. El avance de las divisiones de tierra era tan rápido, que después de pocos días de llegar a un lugar, tenían ya que empezar a buscar de nuevo otra pista de aterrizaje, porque de otra manera se quedaban cortos con el alcance de la "sombrilla aérea".
Así se sucedieron muchas curiosas anécdotas. Por ejemplo, un piloto del JG2, con órdenes de buscar una pista para su escuadrón, reclamó un buen lugar cerca de Charleville, pero otros pilotos del JG27 llegaron antes y se lo "robaron". Entonces, pasó a la población cercana de Signy-Le-Petit: allí había un excelente lugar, pero estaba el inconveniente de que había muchos soldados franceses en los bosques cercanos. Pero el piloto no se dejó vencer: eligió a 10 hombres, les dio armas y se fue como infantería a peinar la zona. Capturó a un Jefe de Ejército francés, tres generales de división y 200 soldados coloniales. Pero todavía tenía trabajo para hacer; previendo la llegada posible de más tropas enemigas, revisaron los restos de los aviones Potez que había abandonados en la pista, les retiraron sus ametralladoras y las usaron para armar un perímetro de defensa en la parte superior de una granja cercana. En el piso de abajo, estaba el mejor disfraz para una posición: había un bar y un burdel, que funcionaba normalmente incluso en esas condiciones.
El otro extremo lo experimentaron los pilotos del I.(J)/LG2, quienes tuvieron que quedarse en un convento de monjas durante buena parte de la campaña.
Mientras tanto, irónicamente, los pilotos que habían "usurpado" al otro piloto la pista de Charleville, eligieron muy mal. El sitio estaba dentro del alcance de la artillería francesa, quien los castigaba sorpresivamente. El suministro de materiales se hizo difícil, porque los aviones podían ser derribados si tenían mala suerte. Como comenzó a escasear el combustible, tuvieron que empezar a "requisar", al parecer sin orden superior, el combustible sobrante de todos los aviones que aterrizaban allí. Simplemente le sacaban todo lo que no necesitaban para llegar a la siguiente pista. Este tratamiento fue inmisericorde, porque incluso lo hicieron con un Ju-52 que pertenecía a la unidad personal de transporte de Hitler.
Las situaciones eran a veces desesperadas. Algunos cazas terminaban aterrizando de emergencia en aeródromos abandonados, entre pilas de chatarra y cráteres de bombas. A veces las tropas francesas seguían hostigando a los aeropuertos improvisados. La falta de comunicación con los aviones también traía problemas. En un aeródromo improvisado, le dieron la bienvenida a un Bf-109 con una multitud de bengalas rojas. El piloto se aproximó, vio una serie de banderines rojos sobre una zona despejada, y los usó como referencia, aterrizando en la ruta que marcaban. Cuando aterrizó, recibió (seguramente con terror) la noticia de que la ruta de banderines no era la pista de aterrizaje, sino una advertencia, ya que en ese lugar habían caido varias bombas que no habían estallado.
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