Es un hecho bastante sabido que la tecnología presente en todas las facetas de la vida ha ido aumentando en cantidad y sofisticación desde al menos el final de la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, este proceso, en áreas militares, viene desarrollándose desde el mismo nacimiento de ciertas tecnologías, apresuradas justamente por las necesidades de la guerra.
Un ejemplo cabal lo tenemos en el diseño, construcción y vida útil de los aviones caza. En 1914, Pemberton-Billing diseñó, construyó y probó un caza totalmente nuevo en solamente siete días. En esa época, el tiempo necesario para estas tareas no solía pasar de los dos meses, construyéndose con enorme rapidez las unidades de un avión que era rápidamente reemplazado por un modelo nuevo o una evolución del anterior.
En comparación, un avión de guerra actual como el Eurofighter o el F-22 tarda unos 20 años en cubrir todas esas etapas. Lejos de compartir su servicio activo con otros diseños, actualmente todas las Fuerzas Aéreas del mundo tienen un solo modelo para las mismas tareas, de manera de reducir los enormes costos de desarrollo, construcción y mantenimiento.
En el costo se puede ver la otra parte de la historia. En teoría, por el precio de un avión de guerra de 60 millones de dólares se podrían comprar unos 10.000 Spitfire de la Segunda Guerra Mundial. El hecho de que muchos aviones modernos ya superan largamente esa cifra marca a las claras la escalada de precios: en diez años de producción (de 1938 a 1948) se produjeron 20.351 unidades de este aparato en todas sus versiones. De esto se desprende, al menos en números fríos, que con un solo reactor actual se podría comprar la producción total de Spitfires.
En comparación, el F-22 no llegó a las 200 unidades de producción, mientras que del Eurofighter se planea la construcción de 471 unidades para cuatro países.
Finalmente, hay que decir que en ambas guerras mundiales, la vida útil promedio de un caza era de dos meses. Actualmente, los aviones de cualquier época suelen ser sometidos a numerosos programas de renovación y actualización, de manera que no son pocos los modelos que superan los 20 o 30 años de servicio, aunque generalmente no en primera línea.
Otra cuestión es que se mantienen en línea de producción durante más tiempo. Un caso muy gráfico es el del F-4 Phantom II, producido entre 1958 y 1981. Generalmente, la última tarea que cumplen estos reactores es como blancos teledirigidos para la práctica con misiles: se les aprovecha hasta la última hora de vuelo.
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