jueves, abril 02, 2009

El mejor que tuvimos

Siempre creí y así lo dije en tantas oportunidades que es la misión de los dirigentes y de los líderes plantear ideas y proyectos evitando la autoreferencialidad y el personalismo; orientar y abrir caminos, generar consensos, convocar al emprendimiento colectivo, sumar inteligencias y voluntades, asumir con responsabilidad la carga de las decisiones. Sigan a ideas, no sigan a hombres, fue y es siempre mi mensaje a los jóvenes. Los hombres pasan, las ideas quedan y se transforman en antorchas que mantienen viva a la política democrática.

Raúl Alfonsín, en Casa Rosada, al cumplirse 25 años del retorno de la democracia a la Argentina.



El martes a la noche, cuando regresaba a mi casa y me preparaba para cenar, me enteré por la televisión de que nuestro primer presidente de la democracia nos había dejado, víctima de un cáncer que hace tiempo lo tenía a mal traer.

Alfonsín fue uno de esos presidentes que lamentablemente ya no se hacen. Leía y escribía sobre política: era un estadista de pies a cabeza. Nunca se le conoció una coima o un negociado: fue el único presidente argentino sin juicios por corrupción (ni una presunción popular acerca de lo mismo). Siempre se manejó buscando el consenso, con la palabra, con la discución en buenos términos, el diálogo. Como el siempre ejemplar Illia, vivió durante todos estos años en la misma casa que ocupó antes y durante la presidencia, sin una fortuna dudosa, sin autos caros, sin nada de eso que nos tiene acostumbrado la farándula política argentina.

Desde niño, y siendo que fue el presidente de mi infancia, me quedó su imagen asomada a los balcones, hablándole a las multitudes con sus gestos y sus frases contundentes pero no fuertes, ni autoritarias, ni agresivas, sino esperanzadoras. Y si bien no puedo decir que sabía, en esa época, mucho de política, tuve pena por él y por el país cuando la hiperinflación se nos vino encima. En esos días, y más adelantes, construí de él una imagen de presidente que, si se había equivocado, lo había hecho por ser humano; un presidente al que "volvería" a votar justamente porque su segundo mandato habría sido mejor que el primero.

El martes a la noche me quedé viendo que todos los canales de la Argentina armaron sus programas especiales, y de ellos fui recogiendo anécdotas y aprendiendo más de alguien que, después de su presidencia, siguió trabajando por el bien de todos. Y si siempre estuvo de moda hablar de los recientes difuntos, uno puede notar cuando los que lo hacen son obsecuentes y cuando son verdaderos amigos; cuando exageran y cuando dicen la verdad; cuando inventan y cuando lloran por los recuerdos.

En 2007 publicó un tratado de política de unas 800 páginas, para el cual según sus allegados, se internó a leer los clásicos por tres meses. No se podía decir que, a su edad, no hiciera nada. Ese es el legado de los grandes estadistas; ese es el legado de los hombres de bien: cada una de sus acciones es un ejemplo. ¿Qué legado dejan los personalismos extremos, qué legado dejó Menem y qué legado dejará la época K? Tal vez odio, desprecio, división y malos recuerdos, pero nada constructivo (sino cosas para reconstruir, más bien). Lamentablemente, mal acostumbrados a una política de agresión y confrontación de modelos antagónicos, este tipo de legados silenciosos pero sustanciosos parecen plantas sin flores, porque no tienen espinas.

Y es el legado el que hace a los grandes hombres. Ese legado que, muchos, dijeron que él no había dejado. Ciertamente no dejó discípulos, pero todos en su partido, desde el funcionario menor al que compartió cargos más importantes, sintió la pérdida de un padre, un mentor, un amigo. Y además de sus discursos, de sus libros sobre política y democracia, dejó como legado un país mejor, que sus continuadores se comprometieron en destruir de a poco, pero que todavía está a tiempo de aprender de sus obras y dichos.

Durante su mandato, conflictivo y contradictorio a veces, tuvo que hacer frente a muchos problemas, principalmente los derivados de la época de la dictadura militar. Fue el primero, junto con unos pocos, que abogó por los juicios a los responsables de las desapariciones y muertes ilegales ocurridas en ese período. Pero como líder estuvo solo en esa decisión, que ni siquiera otros primeros mandatarios del mundo acompañaron. Así, Argentina fue el único caso de una dictadura que no negoció el paso a la democracia con amnistías ni consesiones, sino que tuvo que rendirse y enfrentar más adelante los cargos por sus actos; algo que no sucedió ni en países vecinos ni en la España o Portugal.

Lamentablemente eran años complicados, y las instituciones democráticas no tenían la fuerza suficiente como para acompañar su decisión. El resultado fueron tres alzamientos militares, que marcaban a las claras el deseo de muchos militares de volver al gobierno por el uso de la fuerza y de rechazar las condenas que ya comenzaban a asomar para sus líderes.

En todos estos alzamientos, Alfonsín siempre buscó evitar el derramamiento de sangre. Pero eso no evitó que fuera personalmente a los lugares en donde se escribía la historia, arriesgándose a veces a ser objeto de represalias por esos militares rebeldes.

Tal vez el hecho más curioso de todo esto es que Alfonsín había tenido una educación militar, pues hizo el secundario en un liceo militar, teniendo como compañeros de clase a Galtieri y Videla, luego presidentes de facto que fueron condenados por los tribunales creados por Alfonsín.

Pero se llegó así a un punto en el cual la costumbre golpista de muchos oficiales y algunos sectores políticos, sumada a la debilidad institucional del gobierno, se cruzaron. 1987 dio lugar al mayor alzamiento militar, en el cual casi todas las unidades enviadas por el gobierno civil para reprimir a las rebledes no acataron órdenes y se quedaron en sus cuarteles. Todo lo ganado por la democracia parecía perdido. Cansados de la dictadura, muchas personas se reunieron en Buenos Aires para hacer frente a este intento de golpe. Alfonsín, aunque lo pensó, no les pidió que lo acompañaran, porque temía por sus vidas y sabía que la guerra civil estaba demasiado cerca.

Fue en ese punto en que tuvo que transigir y lograr un acuerdo. Las controvertidas leyes de Obediencia Debida y Punto Final limitaban las acusaciones a la cúpula militar, evitándose una gran cantidad de juicios a oficiales de menor rango. Odiado por muchos al tomar esta decisión, sintiéndose defraudados y traicionados, no comprendieron lo que se ve ahora, desde lejos: que mucho más se podría haber perdido, y que fue la decisión menos mala.

Fueron célebres sus discursos, a los que la gente asistía espontáneamente, sin ser acarreados, como ahora, por dinero o regalos. No confrontaba: transmitía esperanza. Siempre buscó la unidad a través del diálogo. Luego de ver incontables testimonios de personas que lo conocieron, todas coinciden en algo: se había peleado con todas por cuestiones políticas, pero siempre había habido una reconciliación, porque no quitaba de su lado a los que disentían con él.

Y ese diálogo buscaba la paz, como la que firmó con Chile al sellar el pacto por el canal de Beagle. Sobre Brasil, hoy su amigo y ex-presidente de este país, José Sarney, recordaba con emoción todo lo que juntos pudieron hacer. Principalmente, desarmar, antes de que naciera, la amenaza de carrera armamentística nuclear en el Cono Sur, al inaugurar usinas eléctricas de manera conjunta y al firmar pactos de no-proliferación nuclear. Tendemos a olvidar esta parte, justamente porque dichos pactos se han cumplido y hemos podido mantener una política firme al respecto, pero de no haber estado ellos dos en el poder, otra tal vez hubiera sido la cosa, y la constante rivalidad con Brasil hubiera resurgido.

Esto último también es válido para el asentamiento de las bases del Mercosur, que ambos países acordaron en su época, y en su insistencia de que debía haber una moneda común, algo que todavía no se ha logrado.

Construyó, con su equipo, una legislación mejor, dejando de lado definitivamente leyes antiguas y permitiendo el divorcio y la patria potestad compartida. Se preocupó por la alimentación, la salud y la alimentación, con todo lo que tuvo a mano, no para ganar reelecciones y aparecer un día y desaparecer al día siguiente.

Muchos lo recuerdan todavía por uno de sus mayores errores: el hecho de que su gobierno tuviera que cerrarse precipitadamente por la primera gran crisis económica de la época democrática: la hiperinflasión. Y sin embargo, el resto de su mandato fue muy bueno; como he dicho antes, yo lo hubiera vuelto a votar porque si se equivocó, muchos otros lo hubieran hecho en su lugar, y tal vez para peor. Su mayor logro, de todas maneras, fue permitir la continuidad democrática, pues en 1989, si él no hubiera aceptado los problemas y dejado el poder, otro golpe militar podría haber echado todo por tierra.

Así nos abandona este estadista, y así la gente le ha dado la despedida: 70.000 personas peregrinaron para ver su féretro en el Congreso, y tal vez más lo acompañaron por las calles arrojando flores, en apretadísimo cortejo. Contables amigos y conocidos hablaron con los medios o en los numerosos reconocimientos que tuvo. Tal vez los más conmovedores, al menos para mí, fueron los testimonios de José Sarney, ex presidente de Brasil, y Julio María Sanguinetti, ex presidente de Uruguay. Los dos lo consideraban un amigo, además de un camarada, y clamaban para que su figura no fuera exclusiva de los argentinos, sino patrimonio de sus países y de América toda, debido a su compromiso con la libertad y la democracia.

Todos coincidían en remarcar no solo su entrega a la política, sino su ya mencionada honestidad, tanto material como intelectual. Así como nunca robó dinero del Estado, siempre mantuvo firme sus principios, y si tuvo que dejarlos de lado, lo hizo por algo mayor: el bien del país. Ninguna de estas cosas puede decirse de ningún presidente argentino posterior a su mandato.

Qué más se puede decir? Dice la sabiduría popular que en los velorios se nota la calidad del que nos ha abandonado. Solo hace falta ver lo que ha sucedido en estos días para tener una idea de cómo un presidente que tuvo aciertos y fallos, que tuvo que escapar precipitadamente del poder, debilitado y odiado por muchos, pero que ahora es rescatado como lo que fue: un "gigante de la democracia", un héroe sin armas, un estadista de raza, un político de los que antes, que ojalá sean los de mañana.



Para resumir, y en palabras (según Nelson Castro) de Zaffaroni (uno de los miembros de la Corte Suprema de Justicia): era el único ex-presidente que podía caminar por las calles de la ciudad sin estar acompañado.

Una clara diferencia con todos los que hemos tenido después, y que seguramente no serán recordados (si es que lo son) ni con un 10% de este cariño.

Para los interesados en tener más detalles, creo conveniente que lean al menos el correspondiente artículo de la Wikipedia.


Como nota friki militar, solo me queda remarcar que, muy acertadamente, el vehículo que llevó la cureña sobre la cual se cargó su féretro es fruto de esa colaboración y amistad que él y Sarney plantaron hace tiempo. El Gaucho es un vehículo ligero, aerotransportable, diseñado, desarrollado y fabricado por y para los Ejércitos de Argentina y Brasil.

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