Hacia 1921, al general español Fernández Silvestre le fue encomendada la misión de exterminar a las huestes de Abd-el-Krim, caid bereber sublevado en el norte africano. Se trataba de un militar de carácter demasiado fuerte, impulsivo y no demasiado bueno en medir sus estrategias. De hecho, su temperamento colérico era legendario: cuando su subordinado Berenguer le reprochó ciertas maniobras, Silvestre intentó estrangularlo.
Como responsable militar de los territorios de Ceuta y Mellila (que todavía hoy son la única parte africana de España), se le encomendó la tarea de ocupar el Rif, una región mediterránea ocupada por los seguidores de Abd-el-Krim, quien se aprestó para la defensa de su territorio.
Subestimando completamente la capacidad del enemigo, como era típico de la época y de su temperamento, Silvestre dividió su ejército de 25.000 hombres (con poco entrenamiento) en 144 puestos fronterizos. Supuso que esto era suficiente, teniendo en cuenta que el enemigo tenía unos 4.000 hombres, pero dejó de lado dos hechos importantes: los bereberes peleaban fanáticamente por una tierra que era suya, y conocían completamente el terreno en el que luchaban.
Por su fuera poco, su líder era muy astuto. Cuando Abd-el-Krim comprobó la debilidad de los pequeños puestos, lanzó ataques devastadores contra cada uno de ellos por separado, para asegurarse en todo momento una superioridad numérica. A veces los fortines estaban a 5 kilómetros de distancia de la fuente de agua más cercana, por lo que ni siquiera quedaba la opción del asedio.
Silvestre no aprendió nada del hecho de ver caer sus puestos uno por uno, y se dice que dijo, cerca del fin del conflicto: "Este Abd-El-Krim es un loco. No voy a tomar en serio las amenazas de un pequeño caid bereber".
Pero para el 22 de julio, sus palabras fueron otras. Ese día los bereberes atacaron un campamento militar con 5.000 soldados españoles, la mayoría de los cuales, desmoralizados, salieron corriendo sin presentar batalla. Silvestre, en un ejemplo de valentía, los azuzaba gritando: "¡Corred, corred, ese diablo está a punto de llegar!". Cerca de mil militares españoles murieron ese día.
El cuerpo de Silvestre nunca fue encontrado, de manera que hay teorías contradictorias al respecto de si se suicidó, fue ejecutado por el enemigo o escapó y murió en el anonimato. Lo cierto es que gracias a su nula estrategia, unos 15.000 españoles murieron más tarde, hasta que el 9 de agosto se firmó la rendición española.
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